Uno de los temas que se pueden volver complejos en el ejercicio de una función gerencial es ser líder de quien fue par en el pasado o más aún con quien tenemos una relación de amistad.
Es común que los diálogos de pasillo no siempre sean cuidadosos de la institucionalidad y que en el futuro tengamos la capacidad de sostener, pues estuvieron basados en validas percepciones y análisis objetivos.
Cuando se da la oportunidad de ser líder de quien fue nuestro par en el pasado, pueden haber dobles emociones, reconocimiento a la promoción al mérito o celo por considerar que alguien merecía más la posición.
En mi experiencia hay dos posibles caminos ante la problemática que se presenta:
1. Asumir una posición firme, ser cuidadoso de los diálogos que se manejan y poner límites claros.
Esta posición puede ser útil pero generará distanciamiento y potenciales problemas de lealtad.
2. Ser honesto y establecer un diálogo propositivo.
Pedir colaboración con la promesa de un trato justo y equilibrado. El principio subyacente es que el liderazgo es una cuestión de manejo de habilidades que agregan valor y no de poder o dominancia. El reto no es menor, pues de no manejarse de forma apropiada se pone en juego la lealtad, la amistad y la retención.